Es evidente que la meta de Bogotá, de convertirse en una ciudad inteligente, que garantice el bienestar y el derecho a la ciudad a sus habitantes, sigue sin realizarse por las agendas ocultas del sector constructor-financiero, más preocupado por los negocios y por consolidad una ciudad a la altura de la inteligencia del Alcalde Peñalosa.
Por: Felipe Pineda Ruiz / Democracia en la Red
Las
urbes se transforman, se deconstruyen, y precisan sumirse en una nueva
realidad: deben adaptarse a un contexto en el que cada vez son menos locales y
más globales. En “Ciudad Global”
(Princeton, 1991), la socióloga holandesa Saskia Sassen define a este tipo de
metrópolis como “ciudades que reproducen la lógica centro-periferia de la
economía, la cultura, y la geopolítica mundial, en la que coexisten en su
territorio polos económicos donde se concentra el capital, y populosas periferias
pobres y excluidas” (http://tiny.cc/0oclbz).
Bogotá
podría catalogarse como una “Ciudad Global de tercer renglón”, con una
influencia residual en el contexto mundial. Su lógica socio-económica excluyente
ha restringido paulatinamente, a las mayorías, el derecho a la ciudad, debido a
las presiones ejercidas por las empresas ligadas al sector de la construcción,
quienes durante las dos últimas décadas han intentado desplazar hacia los
extramuros a los pobladores históricos de su centro ampliado.
Los
múltiples proyectos de renovación urbana, actualmente en curso en la ciudad, revalidan
lo anteriormente mencionado: proyectos como Tercer Milenio-San Bernardo,
Triangulo de Fenicia, Entre Parques, Hospitales-Ciudad Salud, y Ministerios,
entre otros, están diseñados para desplazar comunidades y crear mercados
inmobiliarios, de tipo especulativo, dirigidos a personas con mayor capacidad
de compra y poder adquisitivo. En resumidas cuentas se está configurando un
lucrativo negocio, con la vista gorda de las autoridades distritales,
consistente en sacar a los más pobres del centro ampliado para venderle finca
raíz a personas con mayores ingresos.
Esta
lógica de acaparamiento del suelo, en beneficio de los más pudientes, amenaza
con deslocalizar la presión demográfica de Bogotá hacia sus municipios aledaños,
en momentos donde el rezago de la urbe en materia de movilidad es evidente y
donde el transporte, precisamente, se convierte en la columna vertebral de la
desigualdad social y territorial en la capital. Es evidente que la exclusión
social en la ciudad comienza por
Transmilenio, eje central del transporte público indigno en el que se movilizan
la mayoría de sus habitantes.
En aras
de asegurar una endeble gobernabilidad, la administración distrital actual, en
cabeza de Enrique Peñalosa, ha dedicado sus mayores esfuerzos a evadir el
debate sobre un ordenamiento territorial, de ciudad compactada y habitable, al
servicio de los ciudadanos, para prevalecer los intereses del sector
inmobiliario-financiero. Para lograrlo, el Gobierno Distrital ha cerrado el
diálogo directo con las comunidades asumiendo el riesgo de cargar, de manera
sostenida, con índices de desaprobación superiores al 80% durante estos tres años
y medio.
Consciente
de la irreversibilidad de esa tendencia, la Administración Peñalosa ha dedicado
ingentes recursos económicos a vender la marca Bogotá como “ciudad con ubicación geográfica estratégica, posicionada como uno de
los ‘hub’ aéreos más importantes del continente, que está en el top 5 de las
mejores ciudades de Latinoamérica para hacer negocios”.
El
próximo “Smart City Business Congress”,
organizado por el instituto del mismo nombre, que se realizará del 17 al 19 de
septiembre en Bogotá, se convertirá en la ocasión perfecta, para esta
administración, de venderse como una “ciudad
inteligente” ante un auditorio local y regional con una visión de ciudad
que prepondera la expansión de las TICs, la generación de riqueza para pocos,
la economía naranja, las start ups, y los negocios en general.
La
campaña para vender una cosmética Bogotá, a la medida de los constructores y
empresas como Volvo, ha comenzado con infomerciales como este, publicado en el
Diario Portafolio, donde destacan fragmentos falaces como este “muchos logros han convertido a Bogotá en una
ciudad referente en el continente, como la apuesta por la modernización del
sistema de transporte publico utilizando tecnologías limpias, el sistema
inteligente de transporte y su centro de gestión, la modernización del
sistema semafórico; las campañas ambientales de conservación y siembra de
árboles” (http://tiny.cc/bdelbz)
A
excepción de los avances en seguridad, y el liderazgo regional en cuanto a
redes de infraestructura para biciusuarios, Bogotá mantiene un atraso notorio
en, precisamente, los ejes temáticos mencionados en el párrafo anterior, algo
que desdice la noción de “ciudad
inteligente” que afanosamente se quiere vender.
Y es
que según el Índice “Cities in Motion”,
realizado por el IESE Business School, y en el cual 174 centros urbanos fueron
evaluados, Bogotá (112 en la lista) no parece ser considerada una Ciudad
Inteligente a nivel global, a pesar de destacar entre la mayoría de ciudades
latinoamericanas, las cuales en promedio solo superan a las urbes africanas.
Ese
mismo ranking tuvo en cuenta para su medición 9 variables: economía, capital humano, cohesión social, medio ambiente, gobernanza,
planificación urbana, proyección internacional, tecnología y movilidad y
transporte (http://tiny.cc/aqelbz),
ítems que ratifican lo lejos que Bogotá se encuentra con respecto a las
ciudades europeas, las mejor libradas del escalafón.
En
suma, es claro que Bogotá ha frenado su desarrollo por repetir los males de las
“ciudades globales”, al configurar un ordenamiento social, territorial, y
económico, excluyente y dispar, durante los últimos 20 años. Es evidente que la
meta de convertirse en una ciudad inteligente, que garantice el bienestar y el
derecho a la ciudad a sus habitantes, sigue sin realizarse por las agendas
ocultas del sector constructor-financiero, más preocupado por los negocios y
por consolidad una ciudad a la altura de la inteligencia del Alcalde
Peñalosa.
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