Por: Felipe Pineda Ruiz[1] / Democracia en la Red*
Los traspiés en esta fase
decisiva han estado a la orden del día: los agravios, la difamación, y el
sinnúmero de mentiras de la campaña del NO, para perpetuar la guerra contra la
insurgencia, privaron a la contienda electoral de cualquier vestigio de
racional.
La campaña ha traído
consigo un variopinto de posiciones, sobre la paz y el proceso constituyente,
que la multiplicidad de comités, tanto del sí como del No, han expresado de
diferentes maneras. El plebiscito se ha convertido en la campaña de impulso de
centenares de proyectos políticos particulares.
Casi nadie se ha abstraído
de esa matriz proselitista cuasi-inmediatista: ni los Uribistas; ni los
Progresistas; ni la familia Comunista (UP-PC y MP); ni los camilistas (PUP,
Congreso de los Pueblos, Fuerza Común); ni mucho menos el convoy político que
acompaña al presidente Santos, han
perdido la oportunidad para fortalecer sus proyectos electorales en esta
coyuntura.
Por los lados del NO el
mensaje de uno de sus núcleos principales, los mandamases del latifundio en
Colombia, ha sido bastante claro: ni una hectárea entregada, ni un centímetro
de cerca corrida.
Al margen de los tropiezos,
el país está a solo horas de decirle adiós a una guerra que cobró centenares de
vidas, a un puñado de minutos de cerrar el capitulo de noche y niebla
fratricida, que el dulce susurro de la paz borrará por completo de nuestras
memorias.
Ahora vienen los verdaderos
desafíos: construir pueblo, sumar voluntades, llenar las calles de multitud, devolverle
la esperanza a las clases subalternas, deconstruir el sentido común de la
sociedad actual y soñar con ser hegemónicos, no desde el gobierno, sino desde
la guerra de posiciones que precisa el alcanzar el poder, desde una perspectiva
verdaderamente popular.
No deja de ser paradójico
que el fin de la contienda armada resignifique el campo de batalla real: la
arena política. La máxima de Carl Von Clausewitz “la política es la continuación de la guerra por otros medios” es
de total vigencia en el escenario posterior al 2 de octubre. Ahora si comienza
la verdadera disputa: más y mejor democracia, más actores, más disensos y en
suma, más deliberación.
En Historia y crítica de la
opinión pública, el teórico alemán Jürgen Habermas esbozaba la necesidad de
darle aliento a un tipo de democracia deliberativa en la cual, la racionalidad
comunicativa se incube en el momento en el que los ciudadanos configuren un
lugar común o “espacio público” en
donde el “argumento va, argumento viene”,
la racionalidad y el conocimiento florecen.
Las mismas Farc
experimentaron esta democracia deliberativa en la mesa de negociación.
A pesar de que las
posiciones del gobierno y la insurgencia siempre fueron diametralmente
opuestas, primó la razón y la necesidad, de ambas partes, de conquistar acuerdos
mínimos en torno a principios básicos de justicia[2].
Queramos reconocerlo, o no,
la participación de la sociedad civil en el ciclo de conversaciones fue casi
nula. Tampoco deja de ser contradictorio que el plebiscito, expresión popular
de refrendación de los acuerdos de La Habana, tenga al constituyente primario
como un convidado de piedra.
Tampoco es menos
preocupante, adem ás, lo
poco convocante del sentido mismo de la pregunta para el plebiscito del domingo
¿apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la
construcción de una paz estable y duradera?
La palabra “apoya”, además de etérea y excluyente,
pareciese tendenciosamente preparada para que los electores elijan, dentro de
las opciones presentadas en el frío mercado electoral, y se despidan de
cualquier tipo de proceso emancipatorio que se prolongue más allá del 2 de
octubre. En palabras más sencillas, al Gobierno, encabezado por Juan Manuel
Santos, solo le interesa ganar el plebiscito y desactivar cualquier tipo de
iniciativa ciudadana posterior a esa fecha.
Dicha avanzada plebeya y mayoritaria, que se unió en torno al SI en el
plebiscito, debe seguir movilizada para empezar la pedagogía, de cara a la
ciudadanía, en pro de una nueva constituyente.
Y es precisamente la
ciudadanía quien debe ir percibiendo, paulatinamente, que el plebiscito, y su
fase previa y posterior, hacen parte de un proceso constituyente que viene
incubándose.
Las luchas por el medio
ambiente; por los derechos sexuales y reproductivos; por la defensa del
patrimonio público; por salud y vivienda de calidad; por la educación, y
centenares de demandas, de diversos sectores, deben converger y ser arropadas
por una nueva carta magna.
Este proceso constituyente debe
allanar las condiciones para la irrupción de sujetos políticos de nuevo tipo.
Esta tesis viene siendo defendida por múltiples organizaciones, entre las que se
destaca la Red de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y Contra la Guerra,
Redepaz, liderada por Luis Sandoval, desde hace algunos años.
El consenso, alrededor de
un nuevo proceso constituyente, viene creciendo impulsado desde diversas
vertientes políticas e ideológicas, que plantean cuestiones de fondo al sistema
democrático actual, para transformar las estructuras del país.
El SI de parte de la
ciudadanía al fin de la política con armas, tanto de la guerrilla como de los
paramilitares, ampliará los cauces de la democracia y del debate político entre
sectores otrora antagónicos, que dirimirán sus divergencias en un nuevo
escenario agónico.
Conceptos como la
democracia radical, el poder popular y el poder constituyente, cobrarán más
vida que nunca en esta coyuntura prolija pero no ajena a la pulsión y a la
convulsión.
Este último postulado, el
poder constituyente, en resumidas cuentas persigue, cambiar el ordenamiento
jurídico y organizar la jerarquía de los poderes del Estado[3].
Aunque algunos sectores sostienen
que Plebiscito y Constituyente son discordantes, lo único cierto es que el
plebiscito es la principal fuerza motora y popular que podría impulsar una
nueva carta magna en el país. Un triunfo abrumador del Sí sobre el No abriría
más fácilmente la puerta a un nuevo proceso constituyente impulsado por el
bloque alternativo, que respaldó el proceso de paz, en su conjunto.
Este plebiscito, que
cambiarán la historia de Colombia plantean nuevos retos. No es simplemente el
rito asambleario, u otra carta magna, lo que le da sentido a una constitución
que reemplace a la de 1991, sino la construcción de verdaderos sujetos
políticos, cabe enfatizarlo nuevamente.
Esta nueva realidad, la del
fin de la combinación de las armas y la política, y la culminación de la
confrontación bélica, permitirá crear las condiciones para alentar un proceso
de movilización y construcción de una nueva voluntad popular sostenida que
cuestione el excluyente Estado-Nación actual y ponga en entredicho, con más
fuerza y vehemencia, el marco institucional existente.
El fin de las armas es, a
su vez, la oportunidad para romper con la centralidad de la política
colombiana, enmarcada dentro del eje guerra–paz con el cual, las élites
emergente (Uribe) y tradicional (Santos), han enviado a la periferia a las
demás opciones alternativas de poder.
Es el momento de romper con
el ostracismo, y orfandad, en que se encuentra la sociedad civil. Para
ejemplificar su resquebrajamiento, a manera de metáfora, podríamos decir: “la mesa de la paz sostenida, y del cambio
social, se tambalea. 3 de sus 4 patas han sido protagonistas, y artífices, de
nuestra histórica guerra, funcionando a la perfección: la pata del uribismo, la
pata del santismo y la pata de las Farc. La cuarta pata está rota y es la que
podría romper este tripartidismo a punto de configurarse: la cuarta pata de la
ciudadanía y la multitud, la cuarta pata engendrada bajo el rito colectivo de
la paz”.
Esta dinámica plebiscitaria,
y por la paz, es constituyente y emancipa las demandas convergentes de los
sectores subalternos. Como bien lo señala el profesor Miguel Ángel Herrera
Zgaib “Es
hora para articular una red de redes, y un movimiento de movimientos que
potencia a las multitudes que hoy resumen el despertar de un conjunto de
reivindicaciones moleculares cuyo precipitado debe dar expresión a una
corriente principal que desborde los espacios de la representación política, y
de trazas de auto-organización del trabajo en todas sus expresiones, para
disciplinar los desmanes del capital, y en particular, del capital financiero
nacional y transnacional”[4].
Procesos que en la teoría pareciesen
ser disimiles entre si, fases constituyente y destituyente, en realidad
conviven en coalescencia y persiguen, ambas, que un nuevo bloque social-popular
emerja como fuerza hegemónica en la sociedad.
Esto se explica en la
medida en que la presión y aprobación, de las mayorías sociales del país, hacia
una nueva constituyente con visos progresistas, puede sentar las bases para
iniciar un nuevo ciclo: el ciclo destituyente.
Cuando decenas de miles de
personas, en la Argentina en llamas del año 2001, coreaban al unísono “que se vayan todos”, haciendo alusión a
toda la clase política austral del momento, y centenares de personas se
congregaban, 10 años después, en la puerta del sol de Madrid, resignificando su
dolor y vitoreando “no nos representan”,
en ambos casos cursaban procesos destituyentes que tenían por objeto sacar del
poder a las élites políticas de turno que despreciaban, de todas las maneras
posibles al pueblo.
En el caso colombiano el
proceso destituyente debe reconquistar la calle, crecer, y seducir a la
multitud, debe emancipar a un entramado de voluntades heterogéneas, o luchas
con acumulados históricos particulares, que encuentren un motivo fundamental,
un punto en común, para lograrlo: sacar del poder a la “rosca” que carcome los
cimientos del Estado hace 200 años, “socavar
los Estados heredados”, como bien lo caracteriza el investigador payanés
Fernando Dorado en reciente artículo[5].
Notas
[1] El presente texto resume las reflexiones del autor sobre los tópicos planteados. Algunas de estas ideas fueron expuestas en el conversatorio Plebiscito y Pax Subalterna, realizado el pasado lunes 26 de septiembre en el Auditorio Camilo Torres, de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Agradecimiento especial al profesor Miguel Ángel Herrera Zgaib.
[1] El presente texto resume las reflexiones del autor sobre los tópicos planteados. Algunas de estas ideas fueron expuestas en el conversatorio Plebiscito y Pax Subalterna, realizado el pasado lunes 26 de septiembre en el Auditorio Camilo Torres, de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Agradecimiento especial al profesor Miguel Ángel Herrera Zgaib.
[2] Vazquez
Valencia, Luis Daniel. La democracia deliberativa y la confrontación entre
poderes fácticos en una decisión gubernamental. Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, México
, v. 52, n. 210, p. 105-131, dic. 2010 .
Fuente: http://bit.ly/2d8jijF
[3] Boutmy Emile, Etudes de drout constitutionnel: France, Angleterre,
Etats-Unis [1885], 3ª ed., París, 1909, p. 241. Citado por Negri, Antonio, en
El Poder Constituyente. SENESCYT, 2015, p. 28.
[4] Herrera Zgaib, Miguel Ángel. El
paro del 17 de marzo: paz subalterna, reforma económica, intelectual y moral.
Semanario Caja de Herramientas, marzo 18 de 2016. Fuente: http://bit.ly/2dIfjgc
[5] Dorado, Fernando. Socavar el
Estado colonial y fundar la república social. Arañando el cielo y arando la
tierra, septiembre 21 de 2016. Fuente: http://bit.ly/2dwsHoD
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